¡Síguenos!Los hijos y nietos de los combatientes zapatistas que hace 25 años declararon la guerra al Gobierno mexicano y su política neoliberal hoy no portan capucha y han hecho del baile y el arte otra forma de resistencia. La generación que emergió de esa batalla, educada en sus propias escuelas, es ahora mayoría dentro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
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Contrasta el cielo colmado de estrellas chisporroteantes con el oscuro perfil de jóvenes indígenas que aparecen a bordo de una pickup.
Hace 25 años, una de estas camionetas llevaría a jóvenes indígenas, encapuchados y armados, para la rebelión en la Selva Lacandona que sacudió la consciencia de un país que festejaba el canto del neoliberalismo.
Hoy, los jóvenes llevan instrumentos musicales: vihuela, bajo, guitarra. No portan capucha, pero son zapatistas, hijos y hasta nietos de quienes se levantaron el primero de enero de 1994, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio.
Para llegar aquí hay que partir de Cristóbal de las Casas, luego a Comitán-Las Margaritas y a partir de ahí comienza el descenso por las cañadas en tramos donde hay que ingeniárselas para conseguir transporte. Este tramo de selva que hasta hace poco era de ocho horas y que fue recorrido tantas veces, por el Ejército y por miles de integrantes de la sociedad civil.
—Me llamó Josué. Tengo 21 años. Nací en la época de la guerra—, dice el más joven de los indígenas que van en la camioneta.
Es parte de la generación que ahora es mayoría dentro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional: nacidos en la época de guerra y que creció en autonomía, educados ya en las escuelas propias.
—Somos zapatistas por el mal gobierno, porque nos explota desde hace mucho tiempo, dice Josué.
Como él, en los albores del festejo convocado por el grupo insurgente que desde el 2003 creó los caracoles —epicentros de organización autónoma de las comunidades zapatistas—, sus compañeros han bajado de otras comunidades de la región: “Venimos a tocar una sola canción.”