¡Síguenos!Por: Álvaro Ramírez Velasco
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La pandemia ha puesto a la vista de todos, por si todavía hacía falta hacerlo, la vulnerabilidad brutal de los migrantes en el mundo y de nuestros paisanos en Estados Unidos.
Los mexicanos y los poblanos binacionales, a pesar de ser con todas las normas derechos y obligaciones también ciudadanos estadounidenses, han sufrido el Covid-19 más, o en circunstancias más complejas, que el promedio de otras minorías y que la mayoría sajona de las ciudades y estados de la Unión Americana.
De los indocumentados ni hablar. Ha sido para ellos terrible la pandemia. La zozobra de la deportación ha convivido a diario con el miedo a la muerte por el virus.
Los paisanos que, por ejemplo, en la zona triestatal de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut, utilizan los trenes y viven hacinados, han resultado los más contagiados.
En California, se estima que 50 por ciento de los contagios fueron latinos.
Hay, hasta el recuento de la Secretaría de Gobernación del estado de Puebla del miércoles, 511 poblanos y poblanas que han perdido la vida en Estados Unidos por el Covid-19. La contundente mayoría de ellos en la zona triestatal.
Además de las condiciones vulnerables en las que viven, con mala alimentación, muchas horas de trabajo y hacinamiento, para ahorrar en las rentas y poder enviar más dólares a los suyos en casa, esa cantidad enorme de poblanos fallecidos atiende a una lógica demográfica: en esa región del noreste de la Unión Americana hay, de acuerdo con estimación del Consulado General de México en Nueva York, 960 mil paisanos que salieron de Puebla, a la idílica e imaginaria Puebla York.
Organizaciones internacionales han puesto énfasis en subrayar la vulnerabilidad de los migrantes de todo el mundo y de todas las condiciones, ante la pandemia.
Si en sí mismo ha sido feroz el ataque del Covid para quien en vive en suelo seguro y con un techo sobre su cabeza, más grave ha resultado para quien tiene que andar a salto de mata, en condiciones difíciles, buscando en su trashumancia una mejor vida para sí y para los suyos, sin prestaciones laborales y sin seguridad social.
Este 18 de diciembre de 2020 se conmemoró por vigésima ocasión un Día Internacional del Migrante -declarado por la ONU en esta fecha desde el año 2000- distinto, triste, profundamente reflexivo.
La pandemia, con el duelo de la muerte, nos ha traído la bofetada del recuerdo de que la migración es un pendiente de políticos, de sociedades, de gobiernos, del mundo y de la raza humana.
Sin embargo, que sea bienvenido el reconocimiento para la contundente mayoría de ellos que bien lo merece. Que no sea un festejo, sino una oportunidad para reflexionar.
Que sea un anhelo de que el fenómeno migrante y la movilidad humana sean vistas con más atención por todos nosotros.